El palmar

Correr bajo las estrellas es una buena opción. ¿Y correr con las estrellas? Uf... mejor aún.

Hacía mucho que no me pasaba algo de ese tenor. Algo que puede ser descrito con palabras, pero que llevan una sensación que no se transmite porque tampoco se puede recordar. Tan sólo ecos llegan.

Este fin de semana fui al palmar. Hicimos una caminata por senderos palmeríferos. Llegamos a un arroyo, y nos sentamos a mirar el atardecer. A medida que caía el sol, aumentaban los sonidos de la naturaleza. Patos, peces saltando, sapos, y otras cosas que no sabría identificar.

Nadie se animó a tomar la decisión de volver. Así que se hizo de noche.
El camino era fácil, y había algo de luna, así que no fue problema.

A Er se le ocurrió correr. Vi se prendió. Y yo los vi y no pude resistir la tentación. ¡¡Así que volvimos corriendo!!

Qué lindo por dios. Ni una luz. Sólo un cielo estrellado como hacía tanto que no veía. Y la luna. Pequeñita, creciente, nos guiñaba el ojo. Al rato mi falta de estado se empezó a notar. Pero seguí. El aire variaba de frío a cálido, como si fluyera en corrientes. Y en eso...

Luciérnagas. Muchas, cientos.

Practiquen esto. Imaginen un espacio negro arriba. Ahora agréguenle puntitos luminosos. Es un cielo estrellado. Ahora, imaginen un espacio negro debajo de sus pies. Agréguenle puntitos luminosos voladores.

Obtienen una masa de oscuridad entrecortada por pequeñitas luces todo alrededor, unas intermitentes, otras fijas. Yo atravesándola, atravezando el aire, y nada más. Una sensación de avanzar sin ver a dónde, pero pisando fuerte, seguro y hacia adelante. Una manada de animales que no piensa, avanza. Y una especie de vibración en la atmósfera que no sabría decir qué era. Quizás los otros animales mirándonos pasar en silencio.

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